
Ilustración de María Monasterio
La manatí y la Gaviota
La manatí hoy ha decidido dejarse guiar por la corriente hacia la desembocadura en el mar. Porque la mañana es espléndida se siente feliz y aventurera, dispuesta a admirar otros horizontes distintos a los habituales. Asoma la cabeza sobre la superficie y da un ligero respingo cuando encuentra justo a un metro de distancia una gaviota que se mece en el agua. Ya sabemos que las gaviotas tienen habitualmente un gesto enfadado, adusto, y cuando fijan en ti esos ojos amarillos sus pupilas se contraen dando a su mirada una expresión de desagrado y manifiesta reprobación hacia tu persona por lo que uno se examina para asegurarse de que no hay ningún elemento escandaloso en su vestimenta.
Pero la manatí tiene la suficiente seguridad en sí misma y en la vida como para no dejarse echar a perder el día. Así que nada de espaldas lanzando entre sus belfos un chorrito de agua, como un surtidor, mientras da vueltas alrededor de la gaviota, quien hace como si no la viera.
Realmente, podríamos decir que mar y tierra son dos mundos paralelos por cuanto los seres que los pueblan, desconocen enteramente cómo es vivir en ese otro mundo. La manatí es un animal pesado en la tierra, pero ella se siente ágil y ligera en el agua. La gaviota camina torpe sobre la arena aunque sabe servirse del aire para volar veloz o zambullirse en el mar. Muchas vidas comparten el espacio del mundo pero discurren por líneas paralelas que posiblemente nunca concurran en una intersección.
En esto pensaba la gaviota antes de que la manatí asomase. Al instante siguiente le sobrevino con la fuerza, el ímpetu y la luz de un relámpago, la certeza de que la realidad es un todo continuo, que fluye en el tiempo: hay vidas paralelas solo en apariencia, porque cada sujeto o acontecimiento es una transformación de la materia primordial, como una onda que recorre todo el espacio. Quizá la iluminación le sobrevino al contemplar la luz del sol reflejada en el ojo del sirénido, su cuerpo redondo dibujando ondas en el agua, el aire haciendo vibrar sus bigotes. No hay espacio que abra una distancia entre unos y otros.
Nuestra manatí, con expresión guasona, sigue haciendo de surtidor giratorio convencida de poder contagiar a la gaviota su buen humor ya que es muy joven, por lo que tiene un punto de soberbia e incluso -podríamos pensar- que de petulancia.
La gaviota siente simpatía por ese pariente lejano del elefante ¡tan redonda, joven e ignorante! Con humor socarrón, decide someterla a una prueba definitiva para conocer si tras su actitud indolente hay algo más sólido que la alegría de los pocos años. Levanta el vuelo sin avisar, deja caer sobre el rostro del sirénido una deposición y la mira. La manatí había dado un respingo, pero enseguida enjuagó su hocico sumergiéndolo en el agua y ya que esto la distrajo de ser un surtidor, aprovechó para divertirse buceando.
La gaviota sonrió ¡caramba con la joven manatí!